Aspen

Título del trabajo: Aspen
Categoría: Abierta / Cuento
Seudónimo: Múzquiz

En aquel entonces tenía la costumbre de orinar sobre la nieve e imaginar que era un animal. Ahí, arriba de la montaña, a 12 grados bajo cero y a plena intemperie, dejaba caer mis orines y entonces me convertía en un zorro, una yegua o un peludo oso. Me gustaba el sonido del chorro cuando hacía contacto con el suelo y derretía el hielo. Era un momento de disociación, como si el tiempo se fragmentara y quedara separado del resto del día, un instante detenido donde yo era una bestia salvaje sin tener que trasladarme a una era primitiva.

Tres horas en tren y otras tres en carretera. Cada año iba con mi familia a pasar las festividades allí, al parecer se tomaban muy en serio eso de que las fiestas decembrinas habían de pasarse en un clima invernal. Poco a poco, sentía cómo iba bajando la temperatura. Mi papá siempre ponía una canción en inglés, una de country con melodía muy pegadiza pero cuya letra no recuerdo, yo me ponía a hacer dibujos en una libreta, a pesar de que las curvas me desviaran mis trazos. La última vez dibujé un zorro.

Al llegar a la cabaña nos acomodábamos en nuestras habitaciones, siempre éramos los últimos en llegar, entonces nos tocaba el cuarto más apartado, el único que quedaba en el tercer piso. Después de cenar, mis hermanos se iban a dormir y yo me quedaba haciendo mis garabatos bajo esa diminuta lucesita. Los adultos se quedaban abajo, bebiendo vino y hablando de negocios y de terrenos. Hasta acá me llegaban las risotadas de vez en vez, pero intentaba no escucharlas.

“Queremos abrir los regalos, queremos abrir los regalos”. Ese era el momento favorito de todos, porque nos juntábamos a ver qué había decidido traernos el señor barbón en esta X edición. Un Play Station para mi hermano, no podía saberse, por eso mi mamá me había dicho que por qué no podía pedir un Nintendo como una persona normal en lugar de mis tontos lápices. Me terminaron regalando una chamarra, estaba bonita la verdad, me la puse al otro día en la noche.

Sentía el viento helado golpeando mi cara y escuchaba mis esquís deslizándose sobre la nieve. A pesar del frío, yo podía mantener el calor dentro de mí, y lo llevaba a toda velocidad por entre los árboles. Debí haber prestado más atención a eso que dicen de concentrarse en el camino y no en los pinos, porque lo último que recuerdo es estar tendido boca arriba en la nieve. Mi boca sabía a sangre. Sabía a sangre y sabía a sal.

Me llevaron en una camilla, estuve algunas semanas en el hospital. Pensé que no volvería, pero, siete años después, estoy aquí. Mi familia sigue cantando las mismas canciones en el coche y ahora le regalan Play Stations a los nuevos sobrinos. Por supuesto que a partir de entonces tuve más precaución, y no volví a meterme a las pistas de mayor dificultad, hasta que, en una de mis jornadas de esquí, decidí desviarme una vez más hacia los árboles.

Me entraron unas ganas inmensas de hacer pis. Justo cuando me dispuse a hacerlo y empecé a dibujar figuritas con el chorrito, un zorro se paró frente a mí: “¿Quieres venir a jugar Play Station?”, me dijo.