Secundaria
Seudónimo: Mayestik
Me desperté con la luz del sol y me fui a entrenar. Al llegar, no había nadie; me pareció raro, así que revisé la hora y vi que estaba a tiempo. “Qué extraño…” pensé. Pero al mirar mi teléfono, me di cuenta de que era el cumpleaños de mi mejor amigo, así que fui a su casa, pero tampoco había nadie.
Empecé a preocuparme. Al salir a la calle, no había ni una persona; no sabía qué hacer. Sin embargo, a lo lejos vi un coche moviéndose, así que me acerqué corriendo. Era mi amigo Félix. Cuando lo alcancé, le pregunté qué estaba pasando; me dijo que estaba en la misma situación que yo, pero más tarde tendríamos un partido de hockey a las 6:45 p.m. Eran las 10 de la mañana, así que todavía teníamos tiempo. Sin saber qué sucedía, porque no había gente en ningún lugar, fuimos a su casa a comer, y allí estaban todos. Estaban organizando una sorpresa por su cumpleaños, pero no todo estaba bien.
Más tarde, en nuestro partido, tendríamos que jugar en contra, ya que él era estadounidense y yo mexicano. Era un partido de selecciones y los dos estábamos convocados. Quedaban dos horas para el encuentro. Al llegar al estadio, había 90,000 personas viéndonos jugar. Estábamos muy nerviosos, pero sabíamos que, aunque estuviéramos en equipos diferentes, teníamos que darlo todo, ya que era un partido de selección. Era increíble que tantas personas estuvieran allí.
El partido comenzó y el equipo de Estados Unidos tomó el puck. Félix avanzó por la barda con el disco y yo lo presioné, ya que soy defensa. Él intentó burlarme, pero logré defenderlo. Así fue nuestro primer enfrentamiento en el juego. Recuperé el puck, avancé por el centro y me llevé a uno, dos, hasta tres jugadores. Me abrí por la izquierda y tiré; lo único que hubiera querido evitar sucedió: el puck pegó en el poste. Después terminó el primer período y salimos a la banca, sudados y adoloridos. Tomamos agua, platicamos con nuestro equipo y nos preparamos para continuar.
En el tercer período, el marcador estaba 2-2. Félix me hizo una falta y traté de conservar la calma, ya que era mi mejor amigo. Pero desde mi banca escuché al entrenador de Estados Unidos pedirle a Félix que me lastimara para sacarme del partido, ya que yo era el mayor peligro para su equipo.
En los últimos cinco minutos del tercer período, ya había marcado dos goles. Llevaba el puck y logré burlar a uno. Estaba a punto de llegar a la portería, pero Félix salió de la banca, corrió hacia mí y me golpeó en la cabeza. En ese momento, me quedé inconsciente. Las 90,000 personas presentes se volvieron locas; el jugador estrella estaba fuera del juego. Cuando desperté, vi a Félix riéndose encima de mí. En ese instante, me levanté, lo empujé y, como suele ocurrir en el hockey, nos golpeamos. Fue el peor error de mi vida, ya que Félix cayó al suelo y sufrió una fractura en el cráneo. Su carrera se acabó; nos dejamos de hablar y hoy, 30 años después, lamento profundamente lo que ocurrió.
No puedo creer que arruiné su carrera; podría haber sido uno de los mejores jugadores del mundo, pero fue mi culpa. Hoy decidí volver a hablarle. Lo llamé tres veces y no me contestó, hasta que me di cuenta de que, una vez más, igual que al principio, era su cumpleaños. Así que fui a su casa y lo sorprendí, pero no estaba feliz de que yo estuviera allí. Le llevé el mismo puck con el que jugamos en el partido del accidente y le pedí disculpas, pero no quiso perdonarme y, enojado, me fui.
Después de seis meses, recibí la increíble noticia de que Félix volvería a la NHL. Me puse muy feliz; ahora podría estar en su equipo, ya que era un partido estatal y vivíamos en el mismo estado, en Los Ángeles. Así que fuimos a jugar, decididos pero enojados, tras 30 años de silencio. Recordamos el primer partido que jugamos, cuando teníamos 12 años, y ahora, 30 años después, estábamos de vuelta en la cancha, pero esta vez juntos. Le pedí al árbitro que me dejara jugar con el mismo puck.
El partido comenzó. Félix estaba muy enojado y no tenía ganas de jugar, pero marqué el primer gol. Intenté celebrarlo con él, pero no quiso. Me enojé más al ver que él también anotó. En el segundo período, íbamos 2-0 a favor de mi equipo.
En un giro inesperado, el otro equipo anotó tres goles en cinco minutos, así que ahora íbamos 3-2 en contra. Mi equipo logró meter un gol y, al último minuto del encuentro, Félix estaba a mi lado derecho, habilitado por un pase. Decidí dárselo; le pedí que me lo regresara al llegar a la portería y, efectivamente, me lo devolvió. Marcamos el gol del empate. Intenté celebrar con él y esta vez lo hicimos juntos, haciendo una señal de perdón. Le pedimos disculpas a la afición por haber estado 30 años fuera de la cancha y por ser la mejor dupla en la historia sin haber jugado. La verdad es que me arrepiento de haber esperado tanto tiempo por un problema que fue mi culpa.
Después, como motivo de celebración y reconciliación, nos fuimos a un bar a festejar, donde estaban todos nuestros compañeros: Gabriel, Ariel, Javier, Carlos, etcétera. Celebramos a lo grande, pero en ese momento regresamos ebrios a casa. Dormimos y, al despertar, nos dimos cuenta de que… TODO FUE UN SUEÑO. “Buenas noches; mañana tengo escuela. Los sueños pueden cambiar la vida”.