Diario de un revolucionario

Título: Diario de un revolucionario
Categoría: Preparatoria / Cuento
Pseudónimo: Hermione

Eran otra vez las dos de la mañana. El insomnio estaba carcomiendo a Gabriel. Seguía dando vueltas en la cama. ¿Cómo era posible que su padre dijera tantas mentiras?

Su padre, Humberto Zapata, director del partido político por los mexicas, le ha estado robando al país por décadas. Es un hombre hermético y robusto, con una barba blanca como la nieve. Es tan obstinado, que Gabriel nunca ha podido platicar con él. Cuando le dijo que iba a estudiar Historia, solamente reaccionó con una risa burlona. Zapata es el responsable de que más de la mitad del país viva en pobreza.

Gabriel tenía hartazgo; se encontraba cansado de los políticos; estaba fastidiado por la historia de México. Él siempre ha defendido que México es un gran país, pero los líderes no se cansan de oprimir a la población con sus mentiras. Su mente seguía deambulando por estos pensamientos; estaba muy enojado.

Harto de seguir acostado, Gabriel decidió salir. Tal vez una caminata haría que llegara el sueño. Salió de su cuarto, caminó por el pasillo y bajó las escaleras. Estaba oscuro. Cuando llegó a la sala, se percató de que la puerta del ático estaba abierta. Gabriel nunca entraba a ese sitio; le recordaba las pesadillas que tenía de pequeño. Decidió vencer ese miedo y bajar a ver qué encontraba. El ático estaba lleno de libros de Derecho empolvados. Al parecer, su padre guardaba todos sus libros en el ático.

También se encontró con su primera guitarra: una Fender. La tocó hasta que se reventaron las cuerdas. A un lado de su guitarra encontró una caja extraña; tenía una bandera de México bordada. Muerto de la curiosidad, abrió la caja y se encontró con algo más extraño: había un pequeño diario muy antiguo, color negro. Gabriel tomó el diario y abrió la primera página. En la esquina superior derecha había una fecha: “14 de agosto de 1916”. Más abajo se encontró con el siguiente mensaje: “Bienvenido al diario de un revolucionario, aquí encontrarás los pasos que debes seguir para conseguir la libertad y la igualdad que tu pueblo se merece. Y con mucha suerte, podrás convertirte en un revolucionario”. Lleno de asombro, Gabriel cerró el diario rápidamente, lo metió en el bolsillo de su pantalón, cerró la caja y subió corriendo para seguir leyendo lo que había encontrado. Parecía una señal del destino; ¿quién le habría dejado ese diario? Era justo lo que estaba buscando. ¡Por fin encontró una manera de salvar a su país de los líderes corruptos!

Al llegar a su cuarto, se acomodó en su cama, prendió su lamparilla para leer y abrió el diario: “Soy Emiliano Zapata, un fiel hijo de la Revolución Mexicana, movimiento que liberará al país de sus opresores”. En ese momento, Gabriel tuvo una revelación: Nunca se le había cruzado el pensamiento de que Emiliano Zapata fuera uno de sus antepasados. Su familia tenía siglos en México y todos eran originarios de Morelos. No era una idea tan descabellada; al final de cuentas, el diario de Zapata estaba en el ático de su casa. Después de este pensamiento, no podía aguantar las ganas de seguir leyendo: “¿Acaso usted se quiere decir a sí mismo revolucionario?” “Querido lector, hoy te quiero dejar un mensaje muy importante; si tienes ideales y valores, lucha por ellos, que no te arrepentirás”. “Lo único que necesitas para lograr lo que quieres es mucha pasión y un buen grupo de amigos”. Después de leer esto, Gabriel no necesitó confirmación. Sentía bullir la sangre de Emiliano Zapata pasando por sus venas. Quería ser un revolucionario.

Nunca había sentido tanto odio por su padre como en ese instante. ¿Cómo era posible que su padre fuera un político tan corrupto? Teniendo en sus genes los genes de un héroe de la Revolución. Tenía náuseas. Al fin estaba claro en lo que iba a hacer: sus amigos de la facultad le ayudarían.

A la mañana siguiente, Gabriel despertó con una jaqueca terrible. Era de esperarse después de haber dormido cuatro horas. Se levantó ansioso, se miró en el espejo; sus ojos color miel tenían un destello de emoción. Se peinó su cabello largo y rizado; se puso sus lentes justo arriba de su cicatriz. Se vistió con una playera blanca holgada y unos pantalones beige. Su altura le favorecía con esa ropa. Finalmente metió el diario en la bolsa de su pantalón. Estaba listo para hacer un cambio. Salió de su casa, caminó al metro y se fue camino a la facultad de Historia. Era viernes y sabía que ahí encontraría a los amigos que necesitaba.

Al llegar a la facultad se encontró con sus amigos: Pablo, Irene, Andrea y Miguel. Ellos también estaban indignados con la situación de su país y no querían ser indiferentes. Gabriel les mostró el diario y juntos idearon un plan…

Pablo se encargó de difundirlo en el centro de la ciudad, Irene invitó a cada alumno de la universidad, Andrea invitó a los medios de comunicación y Miguel consiguió profesores que los respaldaran. El lunes a primera hora de la mañana, el partido político por los mexicas no sabía lo que les estaba esperando.

Ahí estaban, fuera de las puertas de acero de las oficinas del partido, jóvenes, niños, adultos y ancianos. Gabriel sabía que su idea traería gente, pero no imaginaba cuánta. En ese momento se dio cuenta una vez más de la belleza de su país. Cada persona que se encontraba parada junto a él tenía una historia diferente. Venía de algún lugar distinto; sin embargo, a todos los movía lo mismo: gente indignada, ya cansada de voltear para otro lado. Que ya no pueden seguir sintiéndose impotentes. En ese instante dieron las ocho en punto. Comenzó la manifestación con Gabriel y sus amigos al frente.

Cuando apareció Humberto, el padre de Gabriel, se miraron fijamente. Humberto sentía rencor; su propio hijo estaba en su contra. Gabriel se sentía poderoso, estaba orgulloso de estar ahí y de ser fiel a sus ideales, de levantarse en contra de las injusticias. Sentía el poder de los miles de indignados a través de la historia. Desde la indignación de los aztecas cuando los conquistaron, hasta la indignación de los mexicanos cuando perdimos Texas. Desde la indignación de la Revolución Mexicana hasta la de las familias de los 43 en Ayotzinapa. Y justo en ese momento Gabriel sintió una energía potente en todo su cuerpo porque por fin se pudo llamar a sí mismo un revolucionario.