Categoría: secundaria
Seudónimo: Poziri
Cuando era pequeño y tenía seis años
no tenía amigos ni risas ni hermanos.
Nadie me quería ni siquiera en mi hogar,
si me pegaban nadie quería hablar.
Mis hermanos callaban, no era mi lugar,
parecía que no me querían cuidar.
Un día desperté, a alguien ví junto a mí
un niño como yo que me hacía reír.
No iba en mi clase pero se parecía,
su mirada tranquila entendía mi agonía.
Lo llamé Sebastián mi amigo fiel
me apoyó en momentos donde no había bien.
A mi familia se lo quise presentar
pero no entendieron, no lo pudieron mirar.
Lo llevé a la escuela lo quise enseñar
los niños me vieron, nadie quiso hablar.
Sebastián me explicó con calma y razón:
“Soy un amigo imaginario, no busques más acción”.
Con lágrimas en los ojos me sentí aún peor
ni mi amigo, ni mi familia calmaron mi dolor.
Sebastián me dijo con una sonrisa en el rostro
“Escribe en un diario, ahí encontrarás consuelo hermoso”,
lo miré con duda pero le hice caso
escribí lo que sentía paso tras paso.
Le contaba mis días, mis penas y risa
él siempre me escuchaba, me daba su alegría.
Pero un día mis padres el diario me quitaron
sentí que todo lo que escribí, se lo llevaron.
Con el tiempo seguí mi camino
escribí y reí con Sebastián divino.
Jugamos y soñamos
hasta que llegó mi cumpleaños
y entonces las cosas cambiaron.
Ese día me dijo gracias de repente
y no entendí, no supe qué había en su mente.
Al día siguiente lo busqué y no lo hallé
me di cuenta que ya mi amigo imaginario se fue.
Porque ahora soy grande y entendí al fin
que el mejor amigo siempre estuvo en mí.