EL CAMIÓN DE LA LIBERTAD

Título: EL CAMIÓN DE LA LIBERTAD
Categoría: Abierta / Cuento
Pseudónimo: Koaj

Cuando Emilia caminaba por el pasillo de la escuela, sus pasos eran ligeros, alegres y rítmicos; aparentaba tener todo bajo control. Traía los proyectos asignados por el profesor de Español y de Ciencias, las asignaturas más difíciles del ciclo escolar.

SI alguien del grupo tenía una duda de la clase, lo obvio era preguntarle a Emilia porque siempre entendía todo.  Al mismo tiempo, su mamá no esperaba nada menos de ella. Cuando obtuvo 9 en Educación Física la mamá habló con el maestro para saber por qué no había sacado 10. También habló con su hija para dejar claro lo que esperaba de ella.

En los recreos, Emilia buscaba a sus amigas para comer juntas. Su mamá le preparaba un lunch rico en proteína, muchas verduras, pocos carbohidratos y agua simple. ¡Qué antojo sentía al ver lo que ellas traían! Pero mejor no probaba nada, su mamá tenía ojos en todas partes.

Su pelo negro y lacio no se despeinaba nunca, no porque tuviera spray o broches que lo sostuvieran en su lugar, sino porque naturalmente caía como si cada cabello supiera dónde era su lugar. Sus ojos oscuros, grandes y las pestañas tupidas, hacían de su cara algo interesante y llamativo. Queriéndolo o no, era seductora. Todas las mañanas, se tenía que sentar viendo a una de las paredes de su cuarto mientras su mamá le hacía una colita de caballo, le decía: “no te estorbará el cabello cuando escribas, dibujes o leas y te ves decente”.

Emilia era muy ágil. Trepaba árboles con facilidad, imitaba a Jack Sparrow saltando de aquí para allá, esquivaba la pelota para evitar ser “quemada” y llegaba siempre al final para competir uno a uno con el último sobreviviente del otro equipo. Para entonces, el peinado ya no existía y se sentía libre, atractiva y audaz.

Un día llegó al salón con un gesto distinto, estaba preocupada. Se acercó a la maestra de inglés, en quien confiaba mucho. Le platicó que en su club había comenzado la semana de competencias de Telas. Su mamá le había pedido al entrenador cambiarla al equipo avanzado, el de las niñas grandes. La maestra de inglés la escuchaba.  Muy triste, Emilia le dijo que su mamá quería que no creyera que todo era fácil, “Hija, tienes que retarte a ti misma para ganar” Emi no había podido dormir del nervio de no estar con su equipo, además, no creía que iba a dar el ancho.

La semana de competencias pasó y la maestra le preguntó cómo le había ido. Emilia no podía sostenerle la mirada, no le salían las palabras. Quería decirle que había competido con todas sus fuerzas, pero quedó en octavo lugar.  Quería gritar que ahora ya no tenía amigas pues sus compañeras del equipo al que pertenecía originalmente la veían con recelo y le hicieron la ley del hielo, y en el equipo de las grandes era vista como la niña presumida que creyó ser mejor que las demás.  Cuando por fin pudo hablar, sólo dijo que se había esforzado. Tenía un nudo en la garganta.

Llegó octubre, el mes de su cumpleaños. Emilia estaba feliz de celebrarlo. Para su fiesta, la tía Camila la acompañó a comprarse unos increíbles jeans estampados y con agujeros que eran tan cool, un top rojo y zapatos con plataforma azul.  Además, ya tenía una playlist con sus canciones favoritas. Para comer le pidió a su mamá chilaquiles con crema y queso y un pastel de triple chocolate, Takis y chips Fuego.  Todo el salón iba a ir a su fiesta. A las 5:00 llegarían, ¡por supuesto Andrés iba a ir, qué emoción!  A las 3:00 su mamá la obligó a ponerse un vestido con olanes; en vez de sus botanas: zanahorias y jícamas, y en vez de chilaquiles: un pastel de sushi con salmón. De postre, una tarta con frutas y nieve de limón, mucho más saludable.

Llegaron sus amigas, nadie traía vestido.  Andrés le preguntó si su abuelita le había escogido la ropa. Emilia enojada y con gesto desencajado. Se sentía tan incómoda. Días después se rehusó a ver fotos del evento, estaba frustrada. Además, sabía que con Andrés ya no tenía oportunidad.

Unos días antes de las vacaciones pasó lo que Emi nunca pensó que podría pasar, las amigas en la escuela la rodearon y la llevaron al baño. Todas le sonreían y hablaban al mismo tiempo hasta que Mariana, líder y organizadora, tomó la palabra: “¡Andrés se te va a declarar hoy”! Y continuó: “después de clase de Arte, tienes que ir al árbol de junto a la cafetería para que él te encuentre ahí y te diga que si quieres ser su novia!!!” Todas gritaron de la emoción y Emilia estaba muy feliz.

La cita se llevó a cabo en el gran árbol. Emilia y Andrés se sentaron con las espaldas recargadas en el tronco, cada uno viendo a su grupo de amigos que les daban ánimos. Andrés tragó saliva, la miró y le dijo: ¿Emilia, quie… quieres ser mi … mi  novia? Y Emilia pensativa le contestó: “no sé, te digo mañana”.

Andrés se quedó con la boca abierta viendo al suelo. No sabía qué hacer. Los amigos se dispersaron hablando entre ellos, sintiendo lástima por Andrés. Emilia se fue al salón para recoger sus cosas, se subió al camión pensando: ¿qué acabo de hacer?

Le confesó a su mamá lo sucedido con Andrés. Le dio el mismo sermón de siempre acerca de los novios, el estudio, el esfuerzo, el reto, la superación, la ropa, el peinado…

A la mañana siguiente, Emilia salió de casa sin colita de caballo, con la ropa que le compró la tía Camila, cogió su mochila y sin escuchar los gritos de su mamá, se subió al camión.