Por Rafaga
Un día Hanna estaba sentada en su escritorio, mirando la hoja de papel que parecía burlarse de ella: Una línea del tiempo sobre cómo era la vida antes... ¿en serio?” se quejaba, mientras la frustración la invadía. A su alrededor, su tablet brillaba con un sinfín de distracciones: vídeos de gatos, memes divertidos y un juego que siempre parecía tentador. Pero esa tarde, ella no podía evitar pensar en lo fácil que era hacer las cosas hoy en día.
“¡Esto es un desastre!” suspiró, tirando la cabeza hacia atrás en su silla. Pero en lugar de rendirse, de repente, se le ocurrió una idea loca. “¡Construiré una máquina del tiempo!” Su corazón latía de emoción y una chispa de creatividad comenzó a brillar en sus ojos. Corrió al garaje, buscó todo lo que pudiera servir: un viejo reloj de pared que había pertenecido a su abuelo, unos tubos de cartón que habían sido parte de un proyecto de arte, incluso, un par de luces de Janucá que ya no funcionaban, pero que siempre le habían parecido mágicas.
Mientras iba montando su máquina, su perro Sparky la miraba con curiosidad, moviendo la cola y ladrando de vez en cuando, como si quisiera unirse a la aventura. -¿Tú crees que esto funcionará, Sparky?- preguntó, mientras le daba una palmadita en la cabeza. El perrito solo ladró y movió la cola, como si le dijera que cualquier cosa era posible.
Después de varios intentos fallidos (uno de ellos casi acaba con el microondas, por lo que su mamá no estaba nada contenta), la máquina finalmente estuvo lista. Con un giro de perillas y un último empujón, ¡ZAS! Se encontró rodeada de luces brillantes y un torbellino de colores que la hizo sentir como si estuviera en un sueño.
Cuando abrió los ojos, estaba en medio de una calle llena de coches antiguos y música que sonaba diferente. -¡Esto es increíble-” exclamó, maravillada. Había viajado a 1960, época en que las chicas llevaban faldas cortas y amplias y los chicos tenían peinados rockeros que parecían desafiar la gravedad además se acostumbraban a bañarse un solo día a la semana y a tener familias enormes como de 9 hijos cada una.. Hanna se sintió como si estuviera en una película de la que siempre había escuchado, en las anécdotas familiares.
Pero . . . antes de que pudiera explorar más, su máquina comenzó a hacer ruidos muy raros. -¡Oh no! ¿Qué hice mal?- se preocupó, mirando a la máquina que parecía tener vida propia. Justo cuando se sentía perdida, un viejito con gafas y una gran sonrisa se acercó. -Parece que necesitas ayuda, pequeña viajera-, dijo, con una voz amable y un tono lleno de sabiduría.
El viejito se presentó como Aaron, un inventor retirado que había vivido muchas aventuras en su juventud. -Déjame ver tu máquina, quizás pueda ayudarte-, dijo, haciendo un guiño amigable. Mientras trabajaban juntos, Hanna descubrió que Aaron no solo era ingenioso, sino que también tenía un sentido del humor contagioso. Le contaba historias de su infancia y ella no podía evitar reírse al imaginarse esos peinados extravagantes y el ambiente de las fiestas rockeras.
-¿Sabías que en mi época los teléfonos eran de disco?- le dijo Aaron. “-No había internet para hacer tareas, tenías que ir a la biblioteca y buscar libros enormes. ¡A veces me perdía entre las páginas!_ Hanna se dio cuenta de cuánto había cambiado el mundo. Mientras él compartía sus recuerdos, ella se sentía cada vez más emocionada por cada anécdota que él contaba.
-Y los veranos ¡ ah! los veranos-, continuó Aaron. -Pasábamos todo el día afuera, jugando a la pelota y explorando el vecindario. No había videojuegos, pero había aventuras por todos lados-. Hannah podía imaginarlo, corriendo bajo el sol con sus amigos, riendo y disfrutando de la libertad.
Finalmente, tras muchos ajustes y risas, la máquina estuvo lista. _¡Listo! Ahora puedes volver a casa-, dijo Aaron con una sonrisa satisfecha. Antes de partir, Hannah lo abrazó con fuerza. -Gracias, no solo por ayudarme, sino por contarme tantas historias. Me has hecho sentir que realmente he viajado en el tiempo-.
Mientras la máquina zumbaba, la llevó de vuelta a través de las décadas. Pasó por los locos años 70, llenos de música disco y pantalones acampanados; los vibrantes 80, donde todo era de colores brillantes y peinados voluminosos; los 90, con sus CDs y modas extrañas que hacían que la gente se viera tan divertida; y los 2000, en la que los teléfonos móviles empezaban a ser una locura. Cada parada fue un momento divertido y lleno de descubrimientos, sin embargo, sabía que no podía detenerse mucho.
Finalmente, al llegar a su época, sintió una mezcla de felicidad y nostalgia. Miró a su alrededor y, justo en ese momento, vio una foto familiar en la mesa. Se acercó y, al mirarla de cerca, se quedó boquiabierta: el viejito (Aaron) que la había ayudado era, de hecho ¡su bisabuelo!. “¡Increíble!” pensó, sintiendo una conexión profunda y mágica con él.
Con una gran sonrisa, se sentó a escribir su tarea. Recordó todas las aventuras y las risas que había compartido con Aaron. Se dio cuenta de que su línea del tiempo no solo mostraría los cambios en la vida y la escuela, sino también cómo las historias y las conexiones familiares eran parte fundamental de su propia historia.
Cuando entregó su línea del tiempo, la maestra la miró asombrada. “¡Un 10!” exclamó la maestra, con una sonrisa orgullosa. Mientras todos la aplaudían, Hanna se dio cuenta de que no solo había aprendido sobre el pasado, sino también sobre la importancia de la familia y la conexión entre generaciones.
Esa noche, mientras se recostaba en su cama, sonrió al recordar la aventura. “Nunca subestimes el poder de una máquina del tiempo y una buena historia”, pensó, mientras cerraba los ojos, lista para soñar con nuevas aventuras. Y así, Hanna supo que, aunque la tecnología había cambiado, las historias y las conexiones que formamos con las personas nunca dejarían de ser lo más valioso.
Mientras se dormía, su mente viajaba a otros mundos y otros tiempos, donde la imaginación no tenía límites y las aventuras eran infinitas. Se imaginó a sí misma como una valiente exploradora, descubriendo nuevos lugares y haciendo amigos en cada esquina. Y así, con una sonrisa en el rostro, se dejó llevar por el suave abrazo del sueño, lista para despertar y vivir su próxima aventura.