Título: AL LLAMADO DEL HERMÓN
Categoría: Abierta / Cuento
Seudónimo: me’ohévet
Jana introdujo la llave en la cerradura y después de girarla varias veces, las necesarias, se aseguró de que la puerta estuviera perfectamente cerrada. No sabía cuándo, o siquiera, si alguna vez regresaría al departamento de una recámara en el que había estado viviendo por los últimos diez años desde su regreso de Israel a México. El día anterior pagó por tres meses de renta adelantada. Consideraba que ese sería tiempo suficiente para decidir si esta vez se quedaría a vivir en Israel o si de nuevo escaparía como lo hiciera en el pasado. Por el momento ni siquiera quería pensar en el futuro.
Se dirigió al estacionamiento donde su coche se encontraba ya con la maleta que había preparado la noche anterior y que contenía la escasa ropa que consideró le sería suficiente.
Cualquiera diría que estaba de prisa para llegar a tiempo al aeropuerto desde donde tomaría el vuelo que la llevaría de regreso a su destino, o que su apuro era más que nada por escapar. La verdad es que no tenía ninguna prisa, no la había tenido en tanto tiempo. De hecho, de lo único que tenía prisa por escapar era de sus pensamientos, del exceso de tiempo que no le permitía olvidar, dejar atrás el pasado, el dolor, la soledad.
Abrió la puerta del coche y antes de sentarse frente al volante de su Toyota Corola 2018, aún parada fuera del coche y sosteniendo la puerta abierta, giro lentamente sobre sus talones para ver, tal vez por última vez, lo que estaba dejando atrás pero antes de completar el movimiento, sacudió la cabeza y, en voz alta, se repitió a sí misma la frase de Maimonides que había estado revoloteando en su mente, una y otra vez, y que le había provocado, apenas el día anterior, tomar la decisión de volver a Israel. “No hay que detenerse a observar lo que ya ocurrió, sino lo que está por venir, por algo tenemos la mirada puesta delante y no detrás”.
No sabía cómo notificarles a sus padres y hermanos acerca de la decisión que había tomado. Estaba segura de que no reaccionarían nada bien. Francamente, lo que menos necesitaba en esos momentos era discutir con ellos o buscar la manera de justificarse, por lo que pensó en que lo mejor que podía hacer era contratar los servicios de un chofer que la encontrara en el aeropuerto y que tomara su coche y lo condujera a casa de alguno de sus hermanos con una carta que había redactado para la familia y que el chofer entregaría en la mano de quien recibiera el coche. Ya tendría la oportunidad de llamarles una vez instalada en Israel.
Había mantenido ocultos en lo más recóndito de sus pensamientos las imágenes que de repente, apenas veinticuatro horas antes, le provocaron el irrefrenable impulso de volver, de regresar para cumplir una promesa, esa promesa que se hizo a sí misma diez años antes y cuya ejecución había estado posponiendo… hasta que las noticias que escuchó apenas el día anterior le recordaron todo.
Al mismo tiempo deseaba con dolorosas fuerzas, caminar de nuevo los hermosos y emblemáticos paisajes de naturaleza serena; los senderos del monte que tantas veces recorrió con su amado; los caminos al cielo del Monte Hermón.
Necesitaba revivir los episodios de amor, de pasión y de la desbordante felicidad que viviera con él, con el hombre de su vida, antes de despedirse, sin siquiera imaginar que esa sería la última vez que disfrutaría de la dicha de estar en sus brazos, de sentir sus labios, sus caricias y de gozar al percibir y absorber la fragancia de su cuerpo.
Diez años habían pasado desde entonces.
Una guerra la había alejado de su lugar amado, otra guerra la traía de regreso. La primera fue para encontrarlo, para conocerlo y disfrutarlo…y al final para perderlo. La segunda para honrar su recuerdo, para depositar en su tumba las lágrimas que había contenido por tantos años.
Toda la alegría que sentimos,
Estalla en la hora que bailamos.
Hemos subido en las alas del viento
Hasta Hermón, con su belleza fascinante.
Al amanecer, cuando la noche se desvanece,
El valle se inunda de luz,
Damasco está en el horizonte,
Gilboa es una vista maravillosa.
Coro:
Oh, si tan solo pudiera
Traerte aquí a mi lado,
Abrazarte y abrazarte por siempre,
Y llevarte sobre la niebla y las nubes
Para arrancar estrellas brillantes en el cielo.
Adormilada, entre azul y buenas noches, con la cabeza recargada en el respaldo de su asiento en el avión que la llevaba de regreso a Israel, la letra de la canción que Dan Aronof le susurraba al oído mientras hacían el amor le produjo los más intensos recuerdos. Esta canción, “Maljut HaHermon” le pareció desde la primera vez que la escuchó en un festival de música, en su anterior visita a Israel, la más hermosa expresión de amor, de deseo y de promesas entre los amantes.
“Maljut” significa “Reino.” HaHermón significa “el Hermón,” en referencia al Monte Hermón. La traducción literal es: ”El reino del Hermón.”
El Monte Hermón es mencionado en el Cantar de los Cantares como una imagen de todo lo sublime a lo que puede aspirar el amor, la entrega entre los amantes, y su letra la llevaba Jana grabada en su mente y en su corazón, al grado de sentir, de ver, de saborear a Dan Aronof, su todo, su ser… su hombre.
Afortunadamente el vuelo que consiguió para recorrer el camino Ciudad de México-Tel-Aviv, solo tenía una escala y no muy larga, por cierto. Debería de transbordar en Londres después de una espera de solamente tres horas.
Su llegada a Israel se produjo apenas dos días y medio después de que estallara la guerra, del fatídico ataque de Hamas a Israel. No había sido fácil llegar, pero lo logró. En un tiempo récord preparó lo que necesitaba para cumplir lo que se prometió a sí misma cuando, diez años antes, en un cuarto del hotel King David, en Jerusalén, después de esperar, infructuosamente a Dan, quien le ofreciera, ese día, llevarla directamente al altar. Sin embargo, él se vio forzado a faltar a la cita que solemnemente hiciera con ella. La muerte se interpuso en sus planes al estallar una bomba del mismo grupo de asesinos, terroristas que ahora, diez años después volviera a provocar la tragedia, el dolor y la muerte de tantos inocentes,
Al salir del aeropuerto, se dirigió a Jerusalén, directamente al hotel King David. Ahora, con sus treinta años a cuestas, esperaba desesperadamente vencer todo obstáculo a fin de cumplir la promesa que provocó su retorno a la tierra prometida.
Una vez instalada, tomó el teléfono y marcó a la oficina de reclutamiento del EJERCITO DE ISRAEL.