Categoría: secundaria
Género: Cuento
Seudónimo: J. G.
A mi amiga Karla le encantaría ir a la mejor escuela de dragones, pero hay un problema…, ella es autista; nunca ha preguntado si ella puede entrar, así que planeamos ir a preguntar.
Llegamos a la escuela. La recepción era amplia y hermosa; había sillones blancos muy cómodos y cómo olvidar la gran estatua de dragón dorada. La recepcionista nos llamó, preguntamos si Karla podía entrar, pero ella puso una cara de asombro y dijo que “no”. Karla no entendía por qué se sentía excluida y triste, se le veía en el semblante. Les dejé mi teléfono en un post-it amarillo por si cambiaban de opinión.
Karla estaba ansiosa, pero había pasado un mes y no habían llamado. Yo no sabía cómo decirle que no la habían aceptado. Me calmé y fui con ella, le había comprado un vestido azul con puntos blancos. Primero entré a su mundo y le dije lentamente “no te aceptaron en la escuela de dragones”. “No te preocupes, era obvio”, me contestó. Me sentía mal por ella, extendí el regalo envuelto en una bolsa verde; al abrirlo, su cara brilló de felicidad y me agradeció con un gran abrazo.
Esa noche no podía dormir por el remordimiento, no podía imaginar lo que había pasado, no podía imaginar lo que le dije. Pensé qué podía hacer y se me ocurrió llevarla a clases de natación. La acompañé, pero no parecía feliz; intentamos con clases de danza, pero estuvo igual. Se sentía triste y pasó lo mismo con las clases de francés, ejercicio, inglés, futbol e historia; no se sentía cómoda. Hasta que se me ocurrió que aprendiera a tocar el piano. Le encantó. Al principio, la maestra no la quería aceptar, pero al final accedió porque le prometí que la acompañaría en cada clase. Cada día la acompañaba y me encantaba escucharla tocar cada tecla; me encantaba cuando estaba en su mundo pianista. Sentía que era un logro para ella y para mí.
Un día, mientras cruzábamos la calle para llegar a su clase y escuché a alguien gritar: ¡Cuidado!
Estaba en un bosque oscuro; caminaba con Karla en la tierra mojada a la luz de las estrellas. Se escuchó un ruido que se iba acercando cada vez más hasta que apareció ante nosotras un oso. “No te muevas”, le susurré a Karla, pero no me entendió. El oso se acercaba y se llevó a Karla. “¡Noooo!”
Grité a tal grado que me desperté de un salto, por fin había salido de ese sueño tan horrible. Estaba en el hospital, no me acordaba por qué. Me dolía la cabeza y la mano. Llamé desesperada: “Karla, Karla, ¿dónde estás?”.
Llegó un doctor con su bata blanca y su credencial que decía con letras pequeñas “James”. Le pregunté por qué estaba ahí y me contó todo lo que había pasado:
-Karla y tú estaban cruzándola calle, cuando un conductor despistado las atropelló. Las dos tuvieron grandes heridas, pero Karla…
-¿Qué ha pasado con Karla?, ¿dónde está ella?- le interrumpí desesperada.
-Ven a su cuarto- dijo el doctor.
Caminé pensando lo que le podía haber pasado. Llegamos al cuarto número 117. Vi a Karla pálida, débil y con un concentrador de oxígeno.
-Karla tuvo problemas graves al salvarte, pero…
-¡Qué!, ¿Karla me salvó?, dije interrumpiendo por segunda vez.
-Sí, sufrió muchas fracturas en los huesos y se abrió la cabeza, afortunadamente la pudimos salvar, pero le encontramos un tumor cerebral; le queda poco antes de que se vaya de este mundo; estamos haciendo todo lo posible, se encuentra en coma desde ayer.
No podía creer lo que estaba escuchando. Quería estar soñando, no quería que Karla se fuera, no sabía cómo iba a sobrevivir sin ella. Era mi única amiga, habíamos formado vínculos hermosos; no lo podía creer. Me puse a llorar.
-Vale, ¿por qué lloras?
Era Karla, había despertado del coma. La abracé.
-¡Estás bien!- qué felicidad tenía al escucharla.
-¿Dónde estoy?
-Eso no importa, me salvaste.
-Eres mi amiga, cómo no te iba a salvar -me dijo.
-No somos amigas, somos mejores amigas y siempre lo seremos, aunque estemos muy distanciadas.
-Te quiero.
-Y yo.
Pasamos juntas sus últimos momentos. Ella me tocó la canción más hermosa en el piano, la que cantábamos de chiquitas; no aguanté las lágrimas y comencé a llorar. “Tú eres especial e increíble, gracias por todo”, me dijo. Esas siete palabras fueron las últimas que pronunció antes de que su corazón hiciera el sonido más terrible, TIIII. No podía creer lo que pasaba, mi mejor amiga había fallecido. Ese 29 de febrero fue el peor día de mi existencia, mi vida se había arruinado, no podía soportar el sufrimiento.
Pasaban los días y yo solo recordaba las palabras que me dijo Karla, nunca se me van a olvidar porque cada una tiene un significado y juntas lograron una frase tan hermosa: “Tú eres especial e increíble, gracias por todo”. Siempre quedará en mi corazón.