En la lejanía, leer.

Título: En la lejanía, leer.
Categoría: Cuento Preparatoria


El piso es de madera, aunque ésta no es tu biblioteca tradicional. El piso es de madera, sí, pero la pared es caliza, te hace pensar que estás en un mundo paralelo, quizás en el ya hablado juicio divino, pero no.

Volteas a los estantes y ves que no hay libros sagrados. Bien hay un Tanaj y uno que otro Corán, pero este escenario no está siendo emitido por una divinidad superior.

Los estantes parecen interminables. Crees que la altura de esta biblioteca bien se extiende infinitamente. Sigues mirando y encuentras unas frases en grande, a lado de una larga ventana:
Grant Anna Rash
Shar Ganan Nart
Gran Narrasthan

Las palabras no parecen hacer sentido, cada letra te confunde aún más, y la frase “Gran Narrasthan” se impregna en tu memoria. Automáticamente lo analizas como “Gran Narrador”, pero te equivocas. Te das cuenta que es un anagrama. Siempre fuiste buena con ellos, así que lo resuelves rápidamente: S.R. Ranganathan. El padre de la biblioteconomía en India. Sigues caminando entre los pasillos y ves que también hay cascadas en las paredes y al lado de los grandes ventanales. También hay plantas colgantes y una gran entrada de luz natural, del sol blanco, no del sol amarillo. El oasis es tan hermoso que opaca las escrituras que se encuentran en los estantes, éstos un poco más oblicuos. 

Sin embargo, la curiosidad te acecha. Te acercas y observas que estos libros no son los que encuentras en las librerías, estos son tesoros. Porque no son estériles, blancos o pálidos, sino que están llenos de vida. Tienen anotaciones, están subrayados, otra vez, porque no me canso de decirlo: están llenos de vida.
Cierras tus ojos, intentando salir de este sueño febril, pero sólo consigues volver a tus veintidós años, en el Parque Bicentenario. Tienes una copia de Poesía completa de Pizarnik, y te encuentras en un breve duelo de haberlo terminado. Hojeas las últimas páginas y ves tus recuerdos recientes ahí, pequeñas notas que llevabas.

Antes de que existiera el teléfono móvil o la Inteligencia Artificial, anotabas tus recordatorios en las hojas posteriores de los libros que estabas leyendo en ese momento. “Llamar a mamá a las cuatro”. Pero mamá ya no está. “Jitomates, cebolla, chile cuaresmeño”. Aunque ya no compras la mitad de esas cosas, sólo se pudren en tu refrigerador. “Examen de literatura el 28” Aún piensas en Arturo, aquel maestro de literatura que engrandeció tanto tu talento de la escritura. La nostalgia te carcome, aunque también te recuerda algo: los libros están para usarse.

Continúas tu camino en aquella biblioteca misteriosa y las sorpresas no ceden. Reparas en una mesita de café cuadrada con una colección de todos tus libros favoritos. El Principito, Aura, Las batallas en el desierto. “Por alto que esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo1” Son tan diferentes entre ellos, pero son tus libros, son tus gustos. Casi puedes sentir como si fuese ayer cuando leíste Aura. Te lo regaló tu papá en tu graduación de la universidad. Él quería que estudies pedagogía, pero seguiste tu corazón y estudiaste Químico Farmacobiólogo. o sólo fue tu mejor decisión, sino que fueron los años más felices de tu vida. 

Las tardes en el laboratorio, el atole de arroz del puesto en la reja, los cursos de genética, era simplemente hermoso. No superaste esa etapa hasta que leíste Aura. Te enseñó a valorar tu juventud y te dio nuevas razones para perseverar. A cada lector sus libros.

Debajo de la mesa en la que encontraste tus libros favoritos, alcanzas a observar algunos un poco diferentes. Te gustan, los conoces, son tuyos. Sientes un escalofrío en tu cuerpo, y cuando éste termina, estás con tu novio de preparatoria, en el salón

4. La pared detrás es azul aguamarina. Estás comiendo unos pepinos con chamoy y tomando un agua de horchata en bolsa. “A nadie le gusta John Green” te dice tu novio al verte leer tu copia de Ciudades de papel. No te gustaba que te dijeran eso, 1 Pacheco, J. E. Las batallas en el desierto. Editorial Era. 1986. México, D.F. (p.5) Aquí Pacheco se refiere al bolero puertorriqueño. Al lector avezado le resultará conocido este libro. Sin embargo, no hay registros de la existencia de este texto en la biblioteca. te hería, sin embargo, hacías como si no te importara. Son tus libros y te gustan, hay libros para todos, pero también hay libros para sólo algunos. Lo que no hay, es libros para nadie. A cada libro su lector.

En otro escalofrío vuelves a la enigmática biblioteca y continúas el camino. No sabes cómo describirlo, hay tanta entrada de luz del sol pero el edificio se mantiene oscuro. Bajas al piso inferior y observas que hay un jardín, el cual no podía atisbarse desde el tapanco en el que te encontrabas anteriormente. Saliste al jardín al abrir una puerta de cristal y el exterior es hipnotizante. Los árboles, las plantas colgantes, los troncos repartidos entre el pasto, y luces suspendidas parpadeantes.

¿Qué son esas luces? Tal vez hadas, o en un ámbito más superficial, un cortocircuito en aquellas que podrían ser luces LED. Pero en este lugar no caben las cosas mundanas, y mucho menos las coincidencias. Las hadas te regresan a cuando leíste El sueño de una noche de verano de Shakespeare, y terminó por ser uno de tus más grandes errores literarios, junto con Rayuela de Cortázar. No porque sean malos, al revés, todo lo contrario, sino que, como aprendiste anteriormente, a cada lector sus libros. Recuerdas que cuando lo terminaste estabas enojada. Le preguntaste a Jaime, tu hermano, si alguna vez lo leería, a lo que te contestó:

» La esperanza de vida en México es de setenta y cinco años, y tomando en cuenta que comencé a leer con ritmo a los diez, la suma de años hábiles se convierte en sesenta y cinco. Con un total de lectura de veinte libros al año, tengo un aproximado de mil trescientos libros que leeré en mi vida. No sólo es un número finito, sino una cantidad demasiado limitada. Tienes que elegir sabiamente cuáles son los libros que leerás en tu vida, porque al final todos morimos. ¿Prefieres leer libros que no entenderás o libros que realmente disfrutarás? El tiempo es valioso, sobre todo el de un lector. Ahórrate lo que puedas leyendo lo bueno, en vez de lo popular. Memoriza esto: Siempre ahorra el tiempo del lector.

Tu hermano tenía razón. Te llamó mucho la atención la cantidad de libros que existen en el planeta, es casi infinita. Se siente infinita. 170,000,000 de historias merecedoras de contarse, y eso sin saber de los libros que no han sido publicados aunque sí redactados. 170,000,000 vidas que uno puede vivir. ¿Acaso, después de leer esa cifra, no sientes que la literatura es un organismo con vida? Nos ha visto crecer y evolucionar como civilización, y nos acompaña en todo momento. Si la literatura estuviera inerte estaría hecha de números. Pero las letras, estos mismos caracteres, están llenos de vida y son el esqueleto y sombra que hacen posible que nuestras historias puedan ser contadas.

Mientras observas desde el jardín a esta biblioteca que parece ser interminable, piensas que aunque la humanidad sea temporal, los libros se quedarán. Las letras prevalecerán. Y esto culmina el último principio de la biblioteconomía: la biblioteca está en constante crecimiento.

El frío nocturno acecha el jardín y como consiguiente vuelves a la biblioteca que ahora se siente cálida y abrazadora. Te sientas en un banco que se encuentra delante de los estantes, al lado de una alta lámpara, la prendes y lees este mismo texto. Y concluyes.

Esto no es un réquiem a una era literaria que inevitablemente llega a su fin, sino que es una oda al único estudio y pasión que tiene vida y corazón latiente. La biblioteca es tu base vital y la del lector. Sin los libros no existirías, sin leer no hay existencia humana. Porque leer engloba tu mundo, porque leer es tu mundo, porque leer es leer, pero es mucho más que eso…