Título: En la que sigue me bajo…
Categoría: Secundaria / Cuento
Pseudónimo: MIGUEL REYES
La vida de don Miguel Reyes era muy solitaria, a pesar de vivir en una casa con muchos integrantes. Vivían sus papás, Don Faustino y Doña Elisa, así mismo, vivía Carmelita su hermana con su marido, el electricista Nicolás. Ellos tenían tres chamacos: Julián, Rosita y Marianita. La mamá de Nicolás también vivía con ellos, la señora Dulce. Además hay dos perritos que cuidan la casa y un gatito llamado Fígaro que vive dentro de la habitación de Miguel, porque muere de miedo de salir por los perros. Cada uno está entretenido con su vida y sus cosas, pero a la hora de la cena se juntan todos para platicar de su día.
Miguel no platica tanto, es un poco reservado, la verdad le sacan información a cuenta gotas. Es un tipo muy extraño, eso dicen sus sobrinos de él.
—Casi nunca sale de su cuarto y le molesta que veamos la tele con volumen alto —dijo Julián.
—Él habla tan bajito, que apenas y podemos escucharlo, pero dicen que no hay un plomero más bueno que él —dijo Rosita.
Últimamente algo le ha sucedido, porque llega preocupado en las noches, no es la misma persona. Sólo escuchamos que trata de disculparse con sus clientes. Al pobre le entran y entran llamadas telefónicas, y con todos busca un pretexto para excusar su falta al trabajo.
—Le pido una disculpa, mañana llego sin falta.
—No me creería por qué no llegué….
—Ya van tres veces que le quedo mal, tampoco logré llegar al piso cuatro, lo siento.
Don Faustino y Doña Elisa, sus padres, no comprenden qué pasa. Diario lo ven salir a trabajar a buena hora, pero no saben qué sucede en el camino que no logra llegar con sus citas.
Miguel desayuna diario a las 6:30 a.m., toma un café con leche y remoja su pan dulce ahí. Doña Elisa ya está en la cocina a esa hora y casi a diario logra preguntarle a cuántas casas o edificios tiene que pasar a arreglar tuberías ese día. Por lo general, Miguel da una lista de al menos seis o siete lugares que le pidieron sus servicios. La mamá le da diario su bendición y Miguel sale volando a chambear, cargando su mochila con todas las herramientas y material que necesita para su día: válvulas, empaques, bombillas y tubos de piso a techo.
Él toma distintas rutas a diario, pero siempre intenta llegar al metro Toreo para moverse desde ahí. Lleva días teniendo problemas para bajarse de los vagones del tren. El metro de cuatro caminos siempre tiene fama de ser una estación muy saturada, nunca encuentra asiento, la mayoría van parados, todos muy apretados; a veces se suben vendedores ambulantes, otras veces hay bandas cantando, y siempre en el horario más concurrido de la mañana, cuando todos corren para tratar de llegar a tiempo a sus trabajos.
Un día se dirige a Tacuba, otro día a San Cosme, ha querido llegar a Revolución pero no ha logrado bajar en ninguna estación, cuando va viendo ya está en Bellas Artes, y de ahí llega al Zócalo, que tampoco ha podido bajar ahí y cuando menos se da cuenta llega al final de la línea dos y ya está en Taxqueña.
Miguel trata de avisarle a la gente que en la estación que sigue se baja, pero nadie le hace caso, lo voltean a ver todos con cara de bicho raro. Algunos han llegado a contestarle groseramente:
—A nosotros qué más nos da, dónde se baja usted.
—Pues bájese donde usted quiera.
—Qué tanto nos tiene que andar avisando.
—A mí para qué me avisa, ni soy su prima, ni su tía…
Por más que intenta dar aviso en qué estación va a bajarse, no logra salir del vagón. Lleva así los últimos nueve días intentándolo y sólo cuando el metro regresa a la estación inicial de Cuatro Caminos y se vacía, él logra bajarse sin llegar a su trabajo. La situación lo tiene rebasado, en esta ciudad que la única forma de moverse es en metro lo ha sobrepasado.
Sus sobrinos ya detectaron que algo le está pasando últimamente a su tío. Cada vez sale menos de su recámara, y cada vez está más callado. Marianita, su sobrina más chica, entró a su cuarto para ver a Fígaro y le preguntó a su tío que si lo podía ayudar en algo. El tío le dijo, que cada que se sube al metro no logra bajarse por más que le avisa a la gente en cuál se baja. Marianita, preguntó:
—¿Por qué le tienes que estar avisando a todos en qué estación te bajas?
—Porque soy plomero y nadie se suelta. Necesito llevarme mi tubo —aclaró él.