Categoría: Secundaria
Género: Cuento
Pseudónimo: Robot
En el pueblo de Lost Light, allí donde tener Internet era lo más importante de todo, vivía yo, Lucas. Siempre fui un soñador, me encantaba inventar aventuras con mis juguetes: Robby, el robot; Sofía, la muñeca de trapo; y Teddy, mi oso de peluche. Juntos íbamos a mundos mágicos, con dragones, castillos y tesoros.
Cuando me regalaron un Nintendo, descubrí los videojuegos. ¡Fue alucinante! Las luces, los personajes, todo me atrapó. Desde entonces, pasaba horas jugando y me olvidé de mis otros juguetes. Robby, Sofía y Teddy se quedaron en la repisa, mirándome con tristeza.
—¿Por qué nos dejó? —dijo Sofía con su vocecita de trapo.
Pero yo ni cuenta me di. Estaba tan metido en los juegos que no me importaba. Cada vez que pasaba un nivel me emocionaba más, pero también, por dentro, sentía como si algo me faltara. La diversión que tenía con mis juguetes se fue y ahora solo sentía un vacío enorme.
Un día, después de ir al doctor, me dijeron que tenía que dejar los videojuegos porque me estaban dañando la vista. ¡No podía creerlo! Me puse a llorar y me encerré en mi cuarto. ¡No iba a poder seguir con mi récord en Mario Bros! Me sentía supermal. Mis papás trataron de consolarme, pero yo únicamente quería estar solo, estaba enojado con todo.
Con el tiempo me fui aislando cada vez más. No quería ver a mi familia. Solo pasaba los días en mi cuarto a oscuras, triste. Mi mamá se preocupó tanto que un día me dijo que teníamos que hablar.
—Lucas, queremos que te sientas mejor. ¿Qué podemos hacer? —me dijo con esa voz tranquila y clásica de mi mamá.
—No pueden hacer nada, no quiero nada.
Sentía que había perdido una parte de mí. Los videojuegos eran un tesoro y ahora no los tenía.
Poco después, pasó lo peor. Un accidente de auto se llevó a mis papás. Me quedé destrozado, como si el mundo se hubiera acabado. La tristeza me aplastaba y me sentía más solo que nunca. Terminé viviendo con mi abuela Ivette, que vivía en un pueblito extremadamente lejos de todo lo que conocía.
Cuando llegué a su casa, me di cuenta de algo horrible: ¡no había internet! Eso me hizo sentir aún más perdido. Me senté en el sillón, mirando fotos viejas, sintiendo que ya no encajaba en ninguna parte.
—No puedo creer que esto me esté pasando —dije, sintiendo cómo la tristeza me abrazaba como una manta que no me dejaba escapar.
Vivir con mi abuela solo me recordaba lo que había perdido. Me sentía atrapado en un agujero oscuro. Constantemente pensaba en escaparme, pero no tenía a dónde ir.
Una noche, mientras oía las noticias, escuché algo superloco. En Houston, un adolescente obsesionado por los videojuegos había creído que estaba dentro de uno y salió a la calle con una metralleta. ¡Atacó a la gente pensando que estaba recogiendo XP, los puntos de experiencia! Sentí un escalofrío.
—¿De verdad los videojuegos pueden hacer eso? —me pregunté, sintiéndome aún peor.
Esa misma noche, mi abuela Ivette me dio un libro de mi papá.
—Lucas, encontré esto. Tal vez te guste leerlo —me dijo, entregándomelo.
Lo miré sin muchas ganas, pero al final lo abrí. Las primeras páginas hablaban de un viaje por la oscuridad buscando la luz. El libro se titulaba “En la plena oscuridad… una luz”. Poco a poco me ahogaba en sus palabras. Las letras me tocaron el corazón y, por primera vez en mucho tiempo, sentí algo de esperanza.
Estaba durmiendo cuando me despertó un ruido raro. Abrí los ojos y vi algo increíble: ¡mis juguetes se estaban moviendo! Ahí estaban Robby, Sofía y Teddy.
—¡Lucas! —dijo Teddy con su voz cariñosa y tierna —. ¡Venimos a ayudarte!
No sabía qué decir. Sofía y Teddy se acercaron y me abrazaron.
—Sabemos que has pasado por mucho —dijo Teddy—, pero no estás solo. Estamos contigo. Los juguetes estamos aquí para eso.
Me puse a llorar, pero esta vez de alivio. Mis amigos, mis juguetes, estaban ahí para sacarme de ese barranco en el que me había metido.
Con su apoyo y el libro de mi papá, empecé a escribir. Al principio solo para desahogarme, pero se volvió mi nueva pasión. Mis juguetes siempre estaban a mi lado, ayudándome a contar historias sobre la amistad y la luz en la oscuridad. Cuanto más escribía, más me conectaba con el mundo. Mi abuela me apoyaba y, poco a poco, me di cuenta de que había un montón de cosas por hacer, además de los videojuegos.
Al final, entendí que, aunque ya no podía jugar, había encontrado algo aún mejor. Mis juguetes y la escritura me daban la misma emoción, o incluso más.
—Gracias, amigos —les dije a Robby, Sofía y Teddy, abrazándolos fuerte—. Me ayudaron a encontrarme de nuevo.
Pasaron los meses y, aunque todavía extrañaba a mis papás, ya no me sentía tan solo. Había aprendido a neutralizar mi tristeza escribiendo y creando historias con mis juguetes. Cada día escribía algo nuevo, sobre aventuras épicas o simplemente cosas que imaginaba. Era como si, a través de las palabras, pudiera construir un mundo donde todo tenía sentido.
Un día, mientras estaba en mi habitación escribiendo una historia sobre dragones y robots que luchaban juntos, mi abuela entró con una sonrisa.
—Lucas, quiero que veas algo —me dijo, mostrándome un anuncio en el periódico.
Era sobre un concurso de escritura para jóvenes. El tema era “Encuentra tu chispa”. Cuando lo leí, sentí que el título era para mí. Mi abuela, que siempre había sido bastante callada, me animó a participar.
—Creo que sería una buena idea que compartas tus historias —me dijo. —Tienes talento, Lucas, y es hora de que el mundo lo vea.
Al principio dudé. ¿Quién iba a querer leer lo que yo escribía? Pero luego recordé todo lo que había pasado, lo que había aprendido sobre mí mismo y pensé que tal vez era el momento de compartir mi historia con otros. Así que me senté con mi cuaderno y empecé a escribir. Pero esta vez no era solo otra aventura inventada. Decidí escribir sobre lo que realmente había pasado: cómo perdí a mis papás, cómo los videojuegos casi me consumieron y cómo mis juguetes y la escritura me salvaron. Escribí sobre la oscuridad que sentí y cómo, poco a poco, empecé a encontrar la luz.
Cuando terminé, sentí que me había sacado un gran peso de encima. Le mostré lo que había escrito a mi abuela y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Está hermoso, Lucas —me dijo, abrazándome. —Estoy tan orgullosa de ti.
Envió mi historia al concurso, aunque en realidad yo no esperaba mucho. Un par de semanas después recibí una carta. ¡Había ganado! No lo podía creer. No solo eso, también me invitaban a leer mi historia en un evento de jóvenes escritores.
El día del evento, estaba supernervioso. Mi abuela me acompañó y me dio ánimos. Cuando llegó mi turno de leer, mis manos temblaban un poco, pero mientras hablaba, miré al público y vi caras que se emocionaban con mi historia. Me di cuenta de que, aunque no conocía a esa gente, conectaba con ellos a través de mis palabras.
Al terminar de leer, la gente aplaudió. Fue una de las mejores sensaciones que he tenido en mi vida. En ese momento, entendí que podía hacer mucho más con la escritura. No solo me ayudaba a mí, sino que también podía ayudar a otros que estuvieran pasando por cosas difíciles.
Después de ese evento, empecé a escribir más y más. Mis historias se convirtieron en mi manera de seguir adelante, de encontrarme a mí mismo. A veces todavía me siento triste, claro, pero ahora sé que no estoy solo. Tengo a mis juguetes, mis recuerdos y las historias que he creado. Y lo más importante, aprendí que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz, solo hay que saber encontrarla.