La tristeza de mamá

Título: La tristeza de mamá
Categoría: Preparatoria
Seudónimo: SiO

– Nay, cuida de tu hermano Vince y por favor prométeme tener cuidado con tu padre, te quiero – la escuché decir mientras se le cerraban los ojos, y entonces mi mundo se vino abajo, con el abrumador sonido de la máquina que no me dejaba de recordar que me había quedado sola. La habitación me empezó a dar vueltas, empecé a escuchar pitidos y mi visión dejó de ser nítida, sentí que perdía la fuerza en las piernas, y me intenté sentar pero en aquella habitación no había nada más aparte de la cama que me había robado a mi madre, la máquina que no dejaba de sonar, unas cortinas gris pálido que combinaban con las paredes y yo, yo parada ahí, a la mitad de la habitación, en completo shock. Con tan solo 8 años no lograba entender cómo una habitación tan fea y triste como aquella había podido llevarse a mi madre, la mujer más alegre que había conocido nunca.

En ese momento no lo supe pero no solo había perdido a mi madre, también había ganado a mi padre, cosa que era mil veces peor.

Me despertó el sonido de la puerta de la casa abriéndose, llevaba meses rota y rechinaba cada vez que se abría o cerraba pero aunque ya estaba por cumplir 16 todavía no sabía arreglar puertas y claramente mi padre no lo haría, por lo que así se quedaría por un buen tiempo. Sabía que me tenía que parar de la cama para llevar a Vince a la escuela e ir a trabajar, pero después de lo de ayer mi cuerpo me rogaba que no lo hiciera.

Tenía tiempo que no pasaba, aunque fuera, no a este nivel, a veces lo escuchaba llegar tarde a casa y la mañana siguiente encontraba botellas de alcohol vacías en el suelo, pero eso era todo. Ayer cuando a las dos de la madrugada, después de por fin haber llegado a la casa, escuché los pasos de mi padre dirigiéndose hacia la habitación de mi hermano. Tuve que salir de mi habitación a distraerlo aunque mi cuerpo temblaba solo de pensarlo. Le había prometido a mi madre que cuidaría de Vince y no pensaba no hacerlo, era lo único que me quedaba. Es verdad que con los años había empeorado la situación pero de igual manera prefería vivirlo yo a que un niño de nueves años tuviera que ver a su padre así.

Me dije a mi misma “tú puedes, después de hoy será un día menos que aguantar” y salí de la cama, Vince desayunó y lo dejé en la escuela antes de llegar a la fábrica. Odiaba trabajar ahí, trabajaba más horas de las que debía y me pagaban una miseria, pero no tenía opción. Cuando echaron a mi padre hace tres años solo tenía dos opciones, tomaba su trabajo o nos moríamos de hambre y aunque solo tenía trece años siempre había sido muy madura para mi edad, por lo que no fue difícil convencer al dueño de que me diera el trabajo.

Lo único bueno de trabajar en la fábrica fue que conocí a Tris, una joven soltera que se parecía a mi madre más de lo que quería admitir. Había sufrido más de lo que nadie se imaginaría pero aun así no había día que no tuviera una sonrisa en la cara. Tris se había convertido en mi mejor amiga desde que se enteró de lo de mi padre. Sin ella no sé qué sería de mí, ya que había tomado él papel de mi hermana mayor con sus consejos. Insistía en que lo tenía que denunciar pero por más que tuviera un buen punto no podía hacerlo, no tenía ninguna prueba contundente, nadie me creería, además, a mí no me había golpeado de la manera que lo hacía con mi madre, solo una vez a los diez años, pero después de que me rogara con lágrimas que se arrepentía y que había sido por la culpa que sentía por lo que le había pasado a mi madre, decidí olvidarlo, por el bien de mi “familia”, por lo que Tris ya sabía que “el accidente” como lo llamaba yo, no era algo de lo que estaba dispuesta a hablar.

Llegué a casa a las diez, como todas las noches, y al ver las botellas tiradas y que mi padre no estaba supe que hoy sería una noche complicada, por lo que le hice de cenar a Vince y lo mandé a dormir lo antes posible, no quería que estuviera fuera cuando mi padre llegara.

A la una de la madrugada escuché que llegó, la casa no era muy grande, por lo que se escuchaba todo, y pude oír cómo balbuceaba y gritaba cosas enfadado, pero por mi bien decidí no salir de mi cuarto, pensé que si no salía, lograría zafarme de esa noche, claramente me equivoqué. Escuché sus fuertes pasos dirigiéndose a mi puerta y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Abrió la puerta de golpe y al verlo ahí parado en la oscuridad, con los ojos rojos, el pelo despeinado, y una mirada tan fuerte, no lo reconocí. Ése no era mi padre, ese era el mismo hombre que me había golpeado aquella noche. Empezaron los gritos y por más que le rogué que me dejara en paz y se fuera a dormir era como si mis gritos no existieran para él. Me arrastró hasta la sala y me dijo todas las cosas por las que me odiaba mientras tiraba todo por todos lados. Yo lloraba.

Ya había aprendido que lo mejor en esos momentos era quedarme callada, pero cuando dijo algo de mi madre, no sé qué pasó, no sé de dónde saqué la valentía, pero le grité. Por primera vez le había contestado a mi padre. Cuando me escuchó, se detuvo y se me quedó mirando. Supe que había sido un error. Sentí su frío puño contra mi cara una y otra vez. El dolor fue tan fuerte que solo recuerdo cómo todo se nubló.

Escuché el sonido de mi alarma, pero cuando intenté abrir los ojos e incorporarme, el dolor me recorrió el cuerpo y recordé todo lo que había sucedido ayer: Los gritos, las botellas rotas, los insultos, los golpes. Se me llenaron los ojos de lágrimas. No podía creer que me había golpeado otra vez. Sabía que como padre no valía nada, pero me había jurado que nunca se repetiría, y aunque parte de mí sabía que no debía creerle, otra parte tenía cierta esperanza por más mínima que fuera. Al final, era mi padre.

Llegue al trabajo, preparada para la reacción que sabía que Tris tendría. Había intentado tapar los moretones con maquillaje, pero cualquiera que prestara atención los vería sin esfuerzo.

– Tienes que denunciarlo – escuché decir a Tris, más seria de lo que la había visto nunca.

Horas después estaba en la estación de policía, mi mayor miedo haciéndose realidad, estaba por entrar a la oficina donde tendría que declarar, pero no dejaba de escuchar la misma frase una y otra vez en mi cabeza “nadie te va a creer”. Pero después de lo de anoche sabía que no podía seguir así.

Respiré hondo y entré a la oficina, empecé a contar todo. Como era de esperarse, parecía una mentirosa. Con cada palabra que decía me veían peor, el policía me hizo callar y me regañó por hacerlo perder el tiempo. Sin darme cuenta había empezado a llorar, y mientras le suplicaba que me creyera me dí cuenta lo loca que me veía. Todos me miraban como si me hubiera salido una segunda cabeza, así que decidí llamar a Tris, ella me apoyaría, los haría entrar a todos en razón. ¿Lo haría, no?

Después de varios tonos Tris contestó el teléfono y una parte de mí se tranquilizó un poco, aunque no duró mucho, ya que para mi sorpresa, negó todo lo que yo había dicho. Dijo que no era verdad, que ella no sabía nada de eso y colgó.

Volteé a ver al policía en busca de ayuda. Mi mirada le suplicaba que me creyera, pero claramente no lo hizo. ¡Cómo podía ser posible que nadie me creyera! Ni siquiera Tris me apoyaba. ¿Acaso no veían el moretón que tenía en la cara? ¿Por qué inventaría algo así? No estaba loca… ¿O sí?. No me lo podía haber inventado todo, ¿También había imaginado a Tris diciéndome que lo denunciara? No, no era posible, yo la escuché. Aún recuerdo la llegada de mi padre borracho ayer en la noche. Además, ¿Qué otra explicación podría tener el moretón?

Salí corriendo de la oficina, pero fue todavía peor. Ahora no solo eran las miradas, sino que también escuchaba a todos hablando mal sobre mí, como si yo no los estuviera escuchando: “Mentirosa” “Busca atención en otro lugar” “Cómo no le da pena”. No supe qué hacer. Me quedé paralizada, solo necesitaba ayuda, que alguien me ayudara, eso era todo. “¡Mamá, por favor ayúdame!”, dije mientras temblaba hecha bolita en el piso y todo se nubló.

Abrí los ojos de golpe. Mi madre me miraba desde el otro lado del cristal de esta fría habitación. Su mirada era de tristeza. Tiene esa mirada desde que me trajeron aquí.