La última carta

Categoría: secundaria

Seudónimo: Pato

 

“¿Qué será de mi?” Unas bellas palabras que dijo un sabio autor, alguna vez, en alguna parte perdida del tiempo. Esas palabras son las que pienso ahora que me encuentro sentado en mi oficina, escuchando los pasos distantes de los soldados enemigos, oyendo los gritos de desesperación de mis guardias que utilizan su último aliento para protegerme. Y yo estoy aquí en mi silla fría de madera, aguantando el doloroso silencio antes de la guerra.

Ahora que sé que ya no estaré para la siguiente luna llena, me cuestiono si realmente ha valido la pena esta carrera por tierras y poder que he dominado. He sido un gran líder para mi pueblo, para otros soy un tirano que aparta a los seres queridos de sus familias, un villano sin remedio que no se sacia ni con la máxima cantidad de poder otorgado por los sirvientes que están dispuestos a dar su vida por la libertad de su pueblo.

Me pregunto si ha valido la pena la agonía causada por mis soldados… por mi. Ellos no veían al general como conquistador, ellos veían a un peón del opresor que ni siquiera da la cara al destruir sus casas, sus comunidades, su esperanza.

El tiempo es incierto. Al final, todas mis acciones y logros serán como polvo en el desierto: se desvanecerán. Desaparecerán ante el gran vigor del tiempo, algo que nadie puede decidir ni controlar y solo el paciente puede valorar.

 A pesar de que en mis años de juventud fui un gobernante ambicioso que siempre pensaba en el bienestar de su pueblo, me fui convirtiendo en una persona intransigente e inconforme, un ser humano con un vacío, un vacío tan profundo como un pozo sin fondo.

Ahora en mis últimos momentos de vida estoy escuchando cada vez más cerca los pasos de los ingleses que vienen a parar esta enfermedad que contraje hace unos años: el poder.

Después de la revolución pensamos que íbamos a estar libres de dictadores pero esto solo generó aún más regentes crueles disfrazados como amigos y aliados.

Mi vela es cada vez más pequeña y su luz se va apagando lentamente. Mis ventanas son alumbradas por el bello brillo de la luna creciente y vuelvo a mirar a través de ella y solo veo el reflejo del dolor que le causé a mi pueblo.

Lo siento Josephine. Lo siento por no poder estar contigo cuando mis canas cubran toda mi cabeza o cuando mi piel sea tan frágil como la porcelana. Quiero que sepas que a pesar de nuestras múltiples disputas sobre mi ignorancia, eres y seguirás siendo mi amada, mi amada Josephine. Esa huella que dejé será eventualmente nula, como los hoyos cavados en la orilla del mar que lentamente se van llenando y desapareciendo.

Escucho pasos, cada vez se oyen más cerca, gritos de mis guardias con advertencias y escucho un golpe en la puerta. Se me eriza la piel y me doy cuenta que solo falta el momento para que lleguen a mi oficina armados y yo … indefenso.

Atentamente: NB.