CATEGORÍA: SECUNDARIA
GÉNERO: CUENTO
SEUDÓNIMO: SARA
En un pequeño pueblo de Michoacán, llamado Tlalpujahua, vivía una niña de 12 años llamada Sara. Vivía con su madre y sus dos hermanos pequeños en una pequeña casa de ladrillos rojos y techo de madera, rodeados de naturaleza, sobre todo palos de Brasil. El pueblo entero se encontraba rodeado de estos árboles maravillosos.
La mamá de Sara se dedicaba a cultivar aguacate y creaba deliciosos platillos con aquel fruto, en todo el pueblo era conocida como la mejor cocinera.
A Sara le encantaba ayudar a su mamá con la cosecha, pues se maravillaba al ver que lo que habían sembrado años atrás, crecía y los alimentaba.
Por las mañanas Sara iba a la escuela del pueblo, en donde cursaba primero de secundaria, no le gustaba mucho ir a la escuela, pues los maestros decían que se distraía siempre y parecía que vivía en otro planeta. Y eso era algo cierto, porque Sara vivía imaginando colores y formas, sin que fueran algo en especial.
Un día en la escuela, llegó al colegio una nueva maestra llamada Carmen. Se veía algo extraña, pues tenía los cabellos de colores y en su mano un tatuaje de un pincel. Se trataba de su nueva maestra de arte. La maestra saludó a los niños y Sara se emocionó, porque siempre quiso aprender a pintar.
Carmen, llevó a los alumnos al bosque, les pidió que observaran a su alrededor y encontraran algún animal para pintarlo en una hoja blanca con lápiz.
Entre los animales que pintaron los compañeros de Sara estaban los zorrillos, mariposas y una gran variedad de pájaros. Pero a Sara le interesó un animal en especial, el cacomixtle, una mezcla entre mapache y zorrillo, pero con una cara de ternura que Sara no podía creer.
Dibujó al animal con tal perfección que Carmen quedó impresionada por la enorme habilidad que Sara mostraba para el dibujo. Le comentó que la pintura podía ser una forma para que ella se expresara y viajar hacia donde ella quisiera solo con un lienzo y pinturas. Esto emocionó muchísimo a Sara, había encontrado algo que la hacía muy feliz y para lo que era muy buena.
Sara llevó esa tarde su dibujo a casa y lo pegó en la pared de su cuarto. Por la noche, al estar dormida, soñó que regresaba al bosque y el cacomixtle se trepaba sobre su cabeza, haciéndole cosquillas y acariciando su cabello, jugaban en el bosque y se revolcaban en las hojas secas tiradas en el suelo.
A la mañana siguiente, Sara despertó muy feliz por aquel sueño que la llenó de alegría. Fue al baño y al quitarse su pijama tenía manchas de lodo en brazos y piernas y ramas de árbol en su cabello. No entendía qué había pasado, ella se había acostado limpia, cómo pudo despertar así… nada tenía sentido. Se bañó, se vistió y después de desayunar con su mamá y hermanos se fue a la escuela muy confundida.
El día era muy aburrido, clases de matemáticas, español y geografía que no le llamaban mucho la atención, pero cuando llegó la hora de su clase con la maestra Carmen, Sara corrió rápidamente al patio de la escuela, pues ahí los había citado su maestra. Al llegar había lienzos blancos en el piso con una mancha de color en el centro. Carmen les explicó que el trabajo de ese día era crear algo a partir de la mancha que cada quien tenía en su lienzo. Sara eligió el lienzo que tenía una mancha de color verde, miró las pinturas que tenia a un lado y comenzó a trabajar. Fue poniendo colores y colores y sin darse cuenta había creado un paisaje de un bosque con árboles de aguacate, guayaba, papaya y mango.
Era un cuadro muy colorido y lleno de vida. A la maestra Carmen le encantaba el enorme talento que mostraba Sara y la llenaba de palabras que la hacían sentir muy especial.
Sara nuevamente llevó su cuadro a casa y lo colocó a un lado del dibujo de su cacomixtle. Se fue a la cama y se durmió casi instantáneamente.
El sueño de esa noche, fue aún más especial que el anterior, pues regresó al bosque que había pintado en su cuadro y pudo oler el delicioso aroma del árbol de mango y los hermosos colores de las guayabas amarillas. En su sueño estaba ella con el cacomixtle de su otro dibujo y juntos comían los deliciosos frutos que habían en aquel paisaje.
Por la mañana Sara se despertó y sintió algo en sus manos. Era una guayaba, se sorprendió y rápidamente fue al baño y al mirarse en el espejo vio que sus manos estaban llenas de mango.
Sara empezó a entender lo que sucedía… sus pinturas se volvían realidad en sus sueños. No podía creerlo, estaba emocionada y al mismo tiempo sorprendida, pues jamás imaginó que algo así podía pasar.
Ese día se apresuró muchísimo para llegar a la escuela y encontrar a su maestra Carmen para platicarle todo. Cuando Sara contó lo sucedido a su maestra Carmen, la maestra se sorprendió y felicitó a Sara, pues sabía que era una niña muy especial, que por fin había encontrado algo que la apasionaba y en lo que era muy talentosa, por eso sus cuadros eran mágicos, pues decía que cuando uno encuentra esa chispa en lo que hace, todo se vuelve mágico.
Sara siguió pintando hasta convertirse en la mejor pintora del pueblo y no solo alegraba las calles con sus increíbles pinturas, sino que lograba vivir cada una de sus pinturas a través de sus sueños.