Noa

Título: Noa
Categoría: Abierta
Género: Cuento
Seudónimo: Nina

El sol brillaba con intensidad y lanzaba destellos cromáticos en los lentes oscuros de Lior, un aire helado salía por las ventilas plásticas del auto viejo, secando las gotas de sudor en su rostro, y alborotando como mangas de viento las envolturas vacías de Bamba[1] que llenaban el portavasos. La playera le venía al menos una talla muy chica, y se adhería tercamente a la humedad salina que mojaba su espalda. Sabía que debía comprar ropa nueva que se ajustara a los nuevos dígitos que mostraba el indicador de la báscula, pero cada vez que intentaba aparcar el auto en el kenyon[2], le asaltaban la consciencia las imágenes de Noa, haciéndolo frenar en seco, y volver por donde venía.

Noa miraba por la ventana del asiento trasero, los olivos con sus troncos grises y rugosos se difuminaban en la penumbra, la Cherokee de Mijal deslizaba suavemente en el asfalto por la carretera 4. Noa miró nuevamente su teléfono móvil, pensó en llamar a Lior pero se contuvo. Sabía que Mijal y Orly la fastidiarían sin parar hasta llegar a Re’im, habían acordado un viaje de chicas y no había lugar para novios empalagosos. Guardó el móvil en su bolsillo y cerró los ojos, dejándose llevar por la camioneta que avanzaba hacia el sur.

Lior apagó el motor, y se apeó en la acera, sus botas negras dejaban marcas de humedad en la guarnición roja y blanca de la calle Brodetsky. Pulsó el timbre y subió los siete peldaños que llevaban al consultorio del doctor Kaplan. Mientras esperaba en el sofá desgastado clavó la mirada en las botas negras, esas que tanto odiaba Noa, y recordó los tenis blancos que le había regalado en su cumpleaños y que permanecían intactos en la cajita de cartón naranja, aún coronada por el moño de regalo. La secretaria levantó la cabeza —El doctor se ha retrasado —susurró casi inaudible.

Noa miró por la ventana de la tienda de conveniencia, Mijal sostenía la pistola de combustible que abastecía la camioneta con la mano izquierda mientras con la derecha se retocaba el pintalabios rojo con destreza. El dependiente examinaba a Noa mientras se debatía entre las diversas botanas y esperaba nerviosa a que Orly saliera del pequeño aseo. Noa tocó instintivamente el bolsillo trasero de su pantalón negro, tanteando para confirmar si las tres entradas aún estaban ahí. Sintió la etiqueta del pantalón y la arrancó de un tirón, la miró distraída: «₪ 189.90». Recordó la discusión que había tenido aquel día con Lior, y cómo había llorado en silencio en el aparcamiento del centro comercial.

Lior observaba el cuadro de la recepción, una maraña de pinceladas en tonos pastel, «un cliché absoluto para la sala de espera de un psiquiatra», pensó. Lior odiaba la hora de terapia pagada por el Estado. Sintió un torrente de enojo asaltar su cabeza, «¿no podría el gobierno hacer mejor uso de sus impuestos?, ¿no podría, no sé, tal vez, tener el maldito control de sus fronteras?, ¿no debería—?, ¡alto!», hizo un esfuerzo por respirar profundamente, sabía bien a dónde llevaba ese hilo de pensamiento, se lo había hecho ver el doctor Kaplan aquella primera sesión. «Inhala por la nariz Lior, exhala por la boca. Inhala, exhala» huffffffff.

Noa subió a la Cherokee y fingió escuchar la música electrónica que reproducía el estéreo de Mijal, aunque no podía dejar de rumiar en la cabeza aquella pelea en el camino a casa desde el centro comercial. Recordó con claridad la mueca de Lior cuando ella se había detenido en el aparador de la vieja joyería del kenyon, a mirar por una fracción de segundo, la serie de anillos de compromiso con brillantes diamantes, iluminados para irradiar los colores del arcoíris. Aún podía escuchar en la mente sus propios gritos ahogados en lágrimas, y el silencio abismal de Lior que atravesaba su pecho con más fuerza que el sonido más intenso.

Lior cerró la puerta del consultorio y cruzó la sala de espera.  —Lo esperamos el martes a la misma hora  —la voz de la asistente interrumpió sus pensamientos. Bajó los escalones de tres en tres y subió al auto. Siempre salía de aquella terapia con la mente dando vuelcos a mil revoluciones, su mente como una cometa empujada para aquí y para allá con cada capricho del viento. Cómo cada martes se detuvo en el café de la calle Streichman, cruzó el pequeño salón y se sentó en la mesa junto a la ventana, ordenó el café y danés de costumbre. Bebió pequeños sorbos intentando aclarar sus pensamientos, pero los pulsos musicales en los parlantes perforaban su cabeza con cada golpe del sintetizador. Se preguntó qué era lo último que habría escuchado Noa, qué nota o voz metálica habría retumbando en su pecho. «Inhala por la nariz Lior, exhala».

Noa sintió el cuerpo entero moverse con la música, sus largos dedos entrelazados con los de Mijal creando una conexión fluida entre organismos. Miró hacia el cielo, reflectores robóticos oscilaban en un baile propio, revelando brillos y sombras al iluminar un toldo colorido que se extendía como un velo sobre el espacio, cubriendo a una marea de personas que bailaban con los brazos en alto. Noa sintió un inmenso amor por la vida, su cerebro bañado de endorfinas conectándola sin costuras a cada humano, cada ser y cada roca de la Tierra.

Lior se cepilló los dientes de manera automática, enjuagó el cepillo y lo colocó junto al de Noa, miró las cerdas rígidas y torcidas como flores marchitas. Se desvistió y abrió el cajón donde guardaba el pijama, sacó las prendas revelando la pequeña caja negra que había escondido al fondo, donde la pequeña alianza dorada descansaba, en la oscuridad total, sin una luz que revelase los colores iridiscentes en las facetas del diamante solitario.

Noa corrió tan rápido como podía sin soltar el brazo de Mijal, escuchó el crujido de un tacón al quebrarse y siguió acelerando, la grava suelta se colaba en sus zapatos, abriendo llagas en su piel. Un olor amargo y penetrante invadió su nariz. Entre la confusión miró una furgoneta que parecía su oportunidad de escape, viró el rumbo hacia ella e intentó llegar. Escuchó un repiqueteo metálico seco, y cubierta por el brillo intenso del sol, se llenó de una oscuridad vacía y total.

[1]Botana popular en Israel.

[2]Del hebreo: «centro comercial».